sábado, 27 de abril de 2013

Mi nombre ...


Mi nombre es Oscar. Así se llamaba mi padre. Mi madre me contaba que, durante el noviazgo, siempre hablaban de tener un Oscarcito. Curiosamente nunca me llamaron por el diminutivo. A tal punto que, cuando en casa se decía Oscar, no se sabía si me llamaban a mí o a mi padre.
La que sí usó el diminutivo fue mi abuela. Mi abuela era una abuela de antes: calabresa, arrugadita, chiquitita, siempre vestida de negro, con su largo cabello blanco hecho un rodete. Uds. saben que los italianos del sur tienen por costumbre apocopar los nombres: así, a quién se llama Asunta le dicen “Asú!” y si alguien se llama Catarina le dicen “Catarí!”, acentuando y estirando mucho la última vocal.
Mi abuela había decidido que el diminutivo de Oscar no era Oscarcito, sino Oscarito y, al uso de su tierra, apocopó a medias la última sílaba: dejó la T y la O se perdió.
Recuerdo la tarde en que falleció mi abuela. Ella murió como se hacía antes: en su casa, en su cama, rodeada de sus hijas, sin agujas, sin catéteres, sin suero. Ella vivía en Palermo Viejo, calle Honduras, a un par de cuadras de la casa de Evaristo Carriego. Una casa antigua, tipo chorizo, patio de baldosas, muchas macetas y plantas.
 Era el 19 de Enero, pleno verano, mucho calor. Yo estaba en el patio cuando mi madre me dijo: - Vení, te está llamando. – Entré a la habitación. Mi abuela ya no conocía, con los ojos cerrados respiraba con un ronquido afanoso, un estertor, pero en medio de ese sonido se oía claramente mi nombre: - Oscarít..., Oscarít..., Oscarít...- Yo le tomé la mano y así, con mi nombre en sus labios... se fue.
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Narrado en el “Taller de narración oral: Contar con la voz – Nivel 1” del Centro Cultural R. Rojas a cargo de la Profesora Leonor Arditti.
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martes, 16 de abril de 2013

miércoles, 3 de abril de 2013